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Algocracia, la era en la que tu móvil decide por ti

Algocracia, ¿tu móvil decide por ti?

«Nos hemos convertido en datos, nuestras vidas han sido clasificadas, etiquetadas, vendidas y procesadas para crear algoritmos que las automaticen». Leer más
Vladimir Hernández Botina
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Durante los últimos años el ritmo de los avances tecnológicos relacionados con nuestra cotidianidad ha dejado de sorprendernos. Hemos empezado a sentir dicho avance como un fenómeno continuo para el que que debemos prepararnos económicamente (comprar el nuevo iPhone, la nueva tablet), y hemos perdido de vista los cambios que dichos avances generan en nuestro comportamiento y en nuestro poder de decisión.

La primera vez que leí el término ‘Algocracia’ fue a principios de este año en uno de los artículos que Javi Creus publica frecuentemente en la revista Yorokobu. Hasta el momento, el término, sin impacto aparente, hace referencia a la toma de decisiones que normalmente corresponde al individuo o a la influencia de las mismas por parte de algoritmos incluidos en software y dispositivos de cualquier tipo.

Cuando empezamos a hablar de ‘Big Data hace’ algunos años y nos sorprendimos con la personalización de las experiencias y la posibilidad de gamificación de las mismas, sin querer, o tal vez a propósito, abrimos la puerta a la automatización de tareas cotidianas.

En principio no parece demasiado grave permitirle a nuestro móvil que decida hacia qué lado debemos virar o si lo mejor es tomar un taxi, el metro o la bicicleta. Ahora bien, ¿qué pasa si lo mío es equivocarme? ¿si prefiero tomar el bus errado o el trayecto más largo? ¿Qué pasa con el proceso de descubrimiento? ¿Acaso la vida se desarrolla como una línea continua?

La verdad es que por más avanzado que resulte un dispositivo, jamás podrá acercarse a esa realidad «random» a la que nos enfrentamos cada día. No hay nada más tedioso que nuestro playlist en modo aleatorio tocando todos los días las mismas canciones y en el mismo orden, bajo el pretexto de que el dispositivo conoce nuestras preferencias o de que la comunidad a la que pertenecemos cree saber lo que necesitamos escuchar en el momento.

Sí, el playlist sigue pareciendo demasiado básico, pero es allí, en lo básico, donde los algoritmos han empezado a ganar la batalla y han construido poco a poco un modelo escalable y al parecer muy prometedor. Pensemos, por ejemplo, en el corrector de ortografía que no conoce el nombre de nuestros amigos y los reemplaza por palabras absurdas; pensemos cuántas veces, mientras escribimos un artículo o un texto cualquiera, hemos tenido que recurrir a sinónimos ante la duda que nos genera creerle a los conocimiento ortográficos de nuestra madre o a los conocimientos del corrector incluido en el procesador de texto.

Examinemos la experiencia que nos vende Google Glass, por ejemplo: más allá de descrestar a la comunidad «geek», su famoso video en YouTube deja ver lo absurda, lineal y poca prometedora que resulta una vida donde unas gafas me recuerdan e influyen en lo que debo hacer.

Sí, tal vez siguen siendo ejemplos sin importancia. Recurriré entonces a uno que me ha llamado particularmente la atención: ¿qué tal una plataforma, que bajo el argumento de conocer mis afinidades, pretende saber cuál es el candidato presidencial por el que debo votar? Cual si fuera poco, no solo me permite hacer visible el resultado en mis redes sociales, sino que además me lleva a ejercer presión sobre los miembros de mi comunidad. No es éste un ejemplo claro del triunfo de la ‘algocracia’ sobre nuestras decisiones?

El Internet de las Cosas ha abierto un mundo infinito de posibilidades, nos ha propuesto convertirnos en información y lo hemos aceptado sin dudarlo. Esta decisión nos ha convertido en eso, en un conjunto de «unos y ceros» carente de naturaleza, que, como ya se ha demostrado, no quiere ni puede ser libre, y cuyo valor es determinado por la forma y el ‘mashup’ a través del cual es visualizado. De manera peligrosa, nos hemos convertido en datos, nuestras vidas han sido clasificadas, etiquetadas, vendidas y procesadas para crear algoritmos que las automaticen.

Publicación de Young Marketing.
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Vladimir Hernández Botina
    Máster en dirección de proyectos para Internet de ELISAVA (UPF - Barcelona), co-fundador de HappyLab Global, Web & App y Growth. Consultor e investigador en temas de innovación abierta, gobierno abierto, economía colaborativa y educación del futuro; innovador social y activista. Con estudios en usabilidad, UX, arquitectura de la información, proyectos digitales para personas con discapacidad, aprendizaje basado en la localización, estrategia, marketing y derecho de acceso a la información publica. Apasionado por lo digital en sus multiples dimensiones y paradojas, obsesionado con el futuro.