Diseño superlativo
En un momento en el que es notorio el protagonismo del diseño en todo lo que nos rodea, nos enfrentamos al vacío comunicacional que deja tanta maravilla gráfica que a diario inunda nuestros sentidos. Encontramos imágenes acaparando las redes sociales, los blogs y las páginas web de estéticas traídas de diferentes partes del mundo, de extranjerismos aplicados a lo local, de nuevas formas de mostrar, de nombrar y de referenciar.
Lo curioso es que estas imágenes subidas a las redes no sólo son observadas sino calificadas por quienes coincidencialmente se cruzan con ellas (personas conectadas en el momento justo) y hasta por quienes ven el comentario del amigo del amigo. Y es este encuentro el que permite el derroche de calificativos (buenos o malos, porque siempre hay de los dos tipos), un frenesí constante de aprobaciones, de elogios, de empatías, entre quienes miran desde la distancia el trabajo de otros.
“En periodismo una frase con superlativos no está bien escrita, no es objetiva, marca al lector y lo condiciona”, me dice un joven periodista con quien trabajo, quien atento al cumplimiento de la norma, me indica que mi nivel de conocimiento del uso del lenguaje se aleja de lo que debe ser, y hace referencia más al sentimiento y a la incapacidad misma de nombrar lo que considero bien o no. Y es esto lo que nos está pasando al hablar de diseño.
Estamos dotando de un “sentido superlativo” (si se me permite usar esa expresión) a las palabras que usamos para referirnos al diseño, estamos en medio de halagos o de reproches. Las piezas de diseño ahora parecen estar destinadas a ser un simple “me gusta” o a estar enmarcadas por densos adjetivos calificativos que las engrandecen o que las destruyen. Los aportes al trabajo de otros, no son más que un movimiento de palabras que describe el mood del momento, un recuento de clichés, de frustraciones, de desaciertos y de juicios.
Se nos está llenando el medio de comentarios voraces, sin darnos cuenta de que no sólo le estamos quitando al diseño su cualidad de configurador mental y de materializador de ideas, sino que le estamos asignando valores que más que una jerarquía de buenos o malos atributos que cumplen o no una función, lo reducen a un arcáico absolutismo en el que la necedad de quienes lo contemplan con desdén se impone como un parámetro que todos deben cumplir, algo todos deben aceptar. Estamos hablando de diseño en negativo y nos estamos limitando, sin embargo, reclamamos que se nos trate en positivo, que se nos valore y que se nos reconozca nuestra labor. Somos comunicadores y a mitad de camino, estamos desvirtuando lo que hacemos desde lo que publicamos hasta lo que comentamos ¿No es paradójica la situación? ¿Será que es el lenguaje el que se nos está acabando o será tal vez él que nos está acabando?
Imagen: Vía Shutterstock