El equilibrio de contar historias
Todos los días hacemos equilibrio sobre delgadas líneas. La más común de todas es aquella que separa la vida de la muerte, y creo que de esta se desprenden el resto, que siempre tendrán relación con esa gran dicotomía que nunca dejará de fascinarnos, tanto como inquietarnos.
No me gusta como hoy en día solemos dividir casi todos nuestros asuntos en 2 diferentes bandos: feo/bonito, blanco/negro, pilo/desjuiciado, normal/anormal, etc. Otra de las tantas ventajas que ofrece el Storytelling es que cuando compartimos o recibimos historias, estas nos permiten ver y apreciar el mundo en diferentes tonalidades, es decir, nos ayudan a expandir nuestro punto de vista y, en consecuencia, nos imprimen grandes dosis de tolerancia.
Sin embargo, mientras deambulamos por el agradable territorio de las historias, debemos tener cuidado, pues caminamos al mismo tiempo sobre dos delgadas líneas: La primera Juzgar/opinar y la segunda sintonizar/manipular.
Muchas veces el ego nos juega una mala pasada al momento de narrar una historia, y de manera inconsciente juzgamos algo. Si nuestra audiencia al momento de enfrentarse a una historia, le detecta un tono juzgador, lo más seguro es que querrá abandonarla de inmediato, pues no le estamos proponiendo ni invitando a nada nuevo.
En otras ocasiones puede ocurrir que en vez de contar una historia simplemente damos una opinión. Una opinión nunca tendrá el mismo nivel de señalamiento que un juzgamiento, pero lo complicado es que dependiendo del tipo de persona, y otras variables que entran en juego como: contexto social, estado de ánimo, recuerdos, etc., puede ser que las personas la tomen como un juzgamiento. Le apostamos a las opiniones porque son la vía fácil, una trinchera donde frecuentemente nos resguardamos y que no permite cuestionarnos profundamente. ¿Qué tal si en vez de dar opiniones contamos historias? La ventaja que tenemos al momento de narrar una, es que cada quién se ubicará en ella de manera diferente y tomará en cuenta lo que considere importante.
Por otro lado se encuentra ese afán de utilizar el storytelling exclusivamente con el fin de captar clientes o generar más ingresos. Sin duda es una herramienta que nos permite lograr tales objetivos, pero en algún momento nos debemos cruzar con el dilema ético del mercado de las emociones.
Está claro que las historias son un vehículo de comunicación que nos permiten conectarnos emocionalmente con nuestra audiencia. Hace poco leí una cita del caricaturista Hugh Macleod: “Nada pasa hasta que alguien siente algo”, y es que cuando, con una narrativa, damos en el blanco de una emoción humana , podría decirse que tenemos a las personas a nuestros pies, pero es justo en ese momento donde debemos plantearnos la siguiente pregunta: ¿Quiero manipular a las personas, y hacerlas sentir algo sólo con el fin de establecer un vínculo comercial, o más bien pretendo inspirarlas y sintonizarlas en una misma frecuencia personal y/o corporativa?
Hoy en día muchas de las narrativas a las que nos enfrentamos pretenden decirnos qué hacer y cómo hacerlo, y otras tantas nos indican que debemos cambiar lo que sea que hagamos, pues lo estamos haciendo mal. Tal vez la mejor forma para captar la atención de las personas sea narrar una historia, pues estas son las que nos aseguran un mayor chance de que nuestra audiencia actué de una manera deseada, sin que sientan que le estamos dando una orden.