Una estrategia llena de experiencias para la comunidad cervecera
El primer impacto fueron las 6000 personas en el Museo del Chicó que se sumergieron en el universo de Club Colombia durante dos días: el parque fue adornado con carpas, toldos y hasta puffs que configuraban una paleta de colores propia de la marca y sus productos: rojo, dorado y negro.
Los colores no fueron los únicos en encantar la vista de los asistentes, también se dispusieron varios stands de tiendas de diseño para todos los gustos que complementaban el entorno con una variada oferta de ropa, cuadros y otros artículos. Igualmente, las bartenders y todo el personal a cargo del evento vistieron atuendos que recordaban la estética típica del festival en Múnich.
Los paladares fueron los invitados de honor de la marca: draft beer, el mantra de todo buen cervecero, también fue el mantra del evento y tratándose de un homenaje a la cerveza los barriles de lager roja, rubia y dorada fueron abundantes. Los expendios de Club Colombia fueron situados en varias zonas del parque, incluyendo una barra V.I.P y un punto de venta de marcas internacionales. Pero no sólo hubo cerveza, también la comida fue protagonista. En esta edición se dispusieron varios foodtrucks y stands que iban desde el asado hasta los sandwiches y, por supuesto, salchichas alemanas. Restaurantes de la talla de Andrés Carne de Res, I Love Choripan, Hamburguesas El Corral y muchos otros, invadieron el lugar con sus aromas y sabores.
El sonido y la elección musical también fueron impecables. Sin importar el lugar la música ocupaba el ambiente al volumen ideal para disfrutar del evento. Rock, electrónica, jazz y artistas en vivo llenaron el festival desde una tarima ubicada en el centro del parque y alrededor de la cual se reunieron los cerveceros.
Se dispuso igualmente una zona para niños en donde no había cerveza, pero sí Pony Malta y Maltizz al lado de juegos y atracciones, haciendo del evento un espacio familiar y al mismo tiempo una oportunidad para familiarizar a los más pequeños con otras bebidas producidas por la cervecería Bavaria.
El picnic de Club Colombia tiene, sin embargo, un sexto sentido más importante que el resto: el de pertenencia. La marca dejó su personalidad plasmada en el evento y se relacionó con sus consumidores a un nivel más allá de lo presencial. De hecho, no sólo logró crear pertenencia a la marca, sino que empezó la consolidación de algo más grande: una comunidad premium de cerveceros.
Este tipo de experiencias generan lealtad, y en este caso, también tradición. El festival es un buen método para arraigar relaciones a largo plazo con los consumidores de Club Colombia pero también con las personas, ya que el evento se organiza pensando en construir una verdadera y propia cultura cervecera.
Un evento como éste, dedicado a una comunidad, la fortalece y también la hace más grande, factor importante pensando en la longevidad que pueda tener el festival de Club Colombia. Siendo ésta la segunda edición y con el impacto que ha tenido no estaría de más pensar que se puede transformar en un festival nacional anual, en un referente local y turístico alrededor del cual las personas puedan reunirse.
No sólo los cerveceros están invitados a disfrutar del Oktoberfest. Llevar el llamado picinic a la altura de un festival es darle valor a las personas, mucho más al llamarlo “homenaje”: es un evento cultural que trasciende más allá del cervecero para extenderse a toda una ciudad y, al largo plazo, a todo un país: aparte de Bogotá, ciudades como Barranquilla, Medellín y Cali también se unen a esta celebración de la cerveza. Aunque ésta es sólo la segunda edición, lo más probable es que la Zona Picnic Club Colombia se convierta muy pronto en un evento obligado del año para todos los colombianos.
Imágenes: Santiago Arango