El enorme poder de la economía colaborativa para mejorar el futuro
En la introducción de su libro «El descubrimiento del futuro», Lucian Hölscher concluye que la visión de futuro tal y como la conocemos hoy, no fue concebida sino hasta los siglos XVI y XVII en la Europa occidental. Hölscher estudió cómo las constantes decepciones que dicho concepto ha generado, han creado al mismo tiempo un extenso panorama de escepticismo frente a él, eliminándolo incluso de las prioridades o preocupaciones cotidianas de las nuevas generaciones (No Future).
No quiero aventurarme a asumir el rol de visionario o futurólogo; no creo entender muy bien esa palabra: futuro. Por eso, haciendo caso al texto citado, he decidido que no me arriesgaré a hacer afirmaciones sobre algo que debería suceder en un «lugar» o «tiempo» con tan mala reputación y cuya naturaleza se presenta terroríficamente incierta e impredecible. Me limitaré entonces a hablar de mi «utopia» o de aquello que Hölscher denomina una «realidad anticipada». En pocas palabras, de una visión de lo que pienso «adviene» basándome en el presente, en lo que creo y en el pasado (claro está).
Durante los últimos años, tras los cambios y procesos generados por las nuevas tecnologías y las nuevas dinámicas en los medios de comunicación, se ha dado pie a la creación de un gran número de disciplinas, conceptos y fenómenos que nos han permitido estudiar, entender y valorar el comportamiento de los seres humanos (usuarios) frente a determinados objetos, artefactos y situaciones (algunas digitales y algunas análogas) propias de lo que se ha denominado la «era de la información».
Desafortunadamente dicha explosión de visiones, metodologías y herramientas se ha o se había enfocado a la optimización y creación de espacios y experiencias virtuales y simuladas que pudieran convertir iniciativas como Internet por ejemplo, en un nuevo espacio de acción (pro consumo en el mayor de los casos).
Sin embargo, a pesar de lo inminente del proceso de comercialización de la Red, siempre existieron quienes pensaban diferente; algunos desarrollando conceptos como el de Second Life basados en el deseo de vivir vidas alternas bajo normas completamente diferentes a las de la vida real; otros, llegamos a soñar de la mano de la literatura Cyberpunk, los manifiestos hackers y demás; con un Internet que serviría de escenario para vencer la opresión del sistema (sin importar de qué tipo de sistema estuviésemos hablando) y que nos liberaría de las cadenas de la censura.
De esta manera y uniendo un poco lo superfluo del mercado y lo profundo de los deseos libertarios, nos sumergimos durante la última década en la creación de un cúmulo o masa de información que transferido a plataformas tecnológicas podría adaptarse a cualquiera de las utopías propias de la anteriormente citada «era de la información».
Este cúmulo, materia prima de lo que hoy conocemos como Big Data y responsable (tras hacer visibles sus beneficios) del afán del Internet de las cosas, sumado a la regulación de la red, la invasión y gestión de la información que en ella circula por parte de grandes empresas y el indeterminismo de nuestra anhelada libertad; ha ido enredando las cosas y nos ha conducido a una nueva crisis, una profunda crisis de conciencia que, tras enfrentarnos a la materialización de nuestros deseos (nuestra realidad actual), ha replanteando los comportamientos y prioridades del individuo (al menos del individuo post web 2.0), poniendo nuevamente en escrutinio la razón y determinación que deben regir nuestras acciones.
Lo interesante es que como en toda crisis (he dicho crisis, no tragedia: ver «Lecciones de una crisis») o proceso evolutivo, hemos abierto una ventana que de alguna forma nos permitirá desenlazar el nudo. Sí, hemos entendido lo que hace mucho ya sabíamos: el potencial de Internet y el entorno digital está en conectar personas, en eliminar intermediarios, en generar dinámicas de intercambio y de aprendizaje, en la creación y gestión de espacios de encuentro y plataformas que no tienen miedo a disolverse para después reaparecer bajo otras circunstancias – esto me recuerda mucho el concepto de T.A.Z de Hakim Bey -; en la posibilidad de asociarse y desasociarse constantemente generando valor en torno a la razón u objetivo y alrededor de los «miembros» de determinado grupo o iniciativa.
El poder de Internet está en generar vínculos que a través de la transparencia y la generación de confianza puedan traducirse a experiencias reales enfocadas en la satisfacción de deseos más profundos que el de la acumulación de bienes o capitales.
Al parecer hemos reflexionado y hemos recordado que el valor de las redes lo generan las personas y que es «el usuario», como la unidad que las representa, el principal activo de cualquier formación gestionada a través de lo tecnológico. Por lo tanto es éste quien define, regula, da sentido a las acciones y determina el valor de los demás participantes.
Dicha reflexión nos ha abierto las puertas a una nueva iniciativa que ya se consolida como alternativa o complemento a la visión del capital libre (si hablamos en términos económicos): Hablo del «boom» de las conexiones y los modelos P2P (persona a persona), una oportunidad para explorar nuevos modelos de gobernanza, aprendizaje, consumo, gestión del conocimiento e incluso producción, basados en la colaboración entre usuarios con fines, intereses o propósitos similares. P2P es sin lugar a duda la base de lo que hoy conocemos como «economía colaborativa».
Algunos ejemplos
- Linkedin es una plataforma donde la valoración de los profesionales es realizada por particulares – personas más que empresas – y a través de la cual generamos valor en nuestra vida profesional de acuerdo a dicha valoración, sin importar incluso los títulos (académicos) que tengamos.
- 100 en 1 día: una iniciativa ciudadana que a través de una plataforma más metodológica que tecnológica genera vínculos entre usuarios que posteriormente desenlazan en acciones para la gestión de ciudades.
- Sistemas de aprendizaje P2P que materializan el conceptos de la «Escuela expandida» y que a través de personas inmersas en situaciones reales generan lo que Cristobal Cobo denomina aprendizajes invisibles (ver libro Aprendizaje invisible).
- Bristol Coins, una moneda social cuyo valor se genera a partir de intercambios persona a persona, estando sujeto de esta manera la circulación de la moneda (no a la acumulación como las monedas tradicionales). El impacto social de las Bristol coins ha sido tan fuerte que incluso logró permear las instituciones gubernamentales.
Es así como de la mano de Linkedin, 100 en 1 día, la escuela expandida, las monedas sociales, las plataformas de crowdfunding, los sitios que nos permiten prestar o alquilar nuestro coche, casa e incluso nuestra lavadora; Wikipedia, la descentralización de la producción y el diseño a través de la impresión 3D y el movimiento maker; he decidido fabricar mi visión de lo que espero se haga realidad en los siguientes años: una visión colaborativa, basada en la relación, respeto e intercambio abierto y transparente entre personas; una visión que nos conduzca a una verdadera economía colaborativa que, tras vencer el determinismo tecnológico, la algocracia reinante y los modelos de producción y gestión del poder verticales e institucionales actuales, hará que el futuro vuelva a ser de las personas y no de las máquinas, las instituciones y empresas como había sido hasta ahora.
Imagen: Shutterstock
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