Cómo la sociedad se transforma con el poder de la bicicleta
No sabemos con exactitud a que se deba atribuir hoy en día el acelerado proceso de cambio que se vive en los sistemas organizativos sociales, al menos en los que tienen que ver con el ciudadano de a pie, con lo emergente y con lo condicionado a su participación. Hay quienes aseguran que es la intervención de las TIC en los procesos comunicativos la cómplice que ha devuelto la capacidad participativa al individuo, otros afirman que lo que consideramos una ‘transformación’ no es más que un conjunto de reformas al modelo del capital en búsqueda de su reafirmación; mientras que para otros tantos se trata de un proceso revolucionario, y también existe otro grupo de personas para los cuales hace falta replantearse conceptos que están en auge en el momento, como crisis, revolución y reforma y Economía colaborativa.
Con los procesos de participación ciudadana, los individuos han encontrado una oportunidad para reclamar un lugar importante en este océano de transformaciones. En este escenario, y a pesar de las diferencias que puedan existir en la conformación de esta dinámica, existe un componente común entre las distintas iniciativas que se gestan y ejecutan a través del trabajo colaborativo: la gran mayoría obedecen a temas y conceptos ‘transversales’ en donde no importan las diferencias generacionales, políticas, económicas o aquellas impuestas por los modelos educativos e institucionales, permitiéndoles crear ecosistemas igualitarios en el que el único fin es trabajar en pro de la visibilización y generación de valor.
Ahora bien, pocos ejes temáticos han sido capaces de realizar un trabajo constante, tocar tantas fibras, unir disciplinas diversas y poner en perspectiva diferentes puntos de vista como lo ha hecho el uso de la bicicleta. Pocas prácticas como ésta son capaces de proponer ecologías de cambio y dar paso al nacimiento de innovadoras formas de vida y filosofías basadas en la libertad.
La bicicleta consituye entonces un ejemplo no solo de construcción de valor colectivo, sino además un ícono, un símbolo de triunfo de lo emergente frente a lo tradicional e institucional. La bicicleta nos permite hablar de bielas, cadenas, carreteras y trochas al mismo tiempo que nos exige rediseñar las ciudades, transformar sistemas de movilidad e incluso replantear símbolos de status.
Este medio de transporte nos permite construir un sin número de propuestas participativas relacionadas con educación, economía y gobierno, ya que al ser un elemento que hace parte del día a día, que convive con el ciudadano en las calles, que permite la interdependencia y fortalece la autogestión y la autosuficiencia; da paso a que se constituyan modelos inclusivos, colaborativos, disruptivos y más humanos que son fácilmente escalables a cualquier territorio o contexto.
De esta manera, eventos como el Foro Mundial de la Bicicleta, son espacios fundamentales donde más que hablar de un marco y un par de ruedas, se discute sobre la construcción y el diseño de nuevas sociedades, ciudades, formaciones y contextos más cercanos a lo humano; diferentes de aquellos que se han construido desde la ventana de una cafetera pensada para alejarnos en todos los ámbitos, convenciéndonos de que el futuro debe pensarse para los carros y no para las personas.
Hablar de la bicicleta es entonces hablar de nosotros mismos, reconocer nuestras necesidades, nuestros limites y generar estrategias para hacerlos visibles y superables de forma colaborativa. Hablar de la bicicleta es una excusa para reclamar el espacio que las personas nos merecemos en la planificación y diseño de nuestro propio futuro.
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Imagen: Shutterstock